Los sin tele

Cada vez me encuentro con más gente que, en mitad de una conversación, me suelta aquello de “no tengo tele”. Y no es porque no puedan pagarla; hablo de gente que  tiene smartphone y nikes y Levi´s y coche. Hablo de gente que no tiene tele porque ha elegido no tenerla, y que no duda en proclamarlo orgullosamente a la primera de cambio, como si carecer de este electrodoméstico fuese bueno en algún sentido. Como si eso les hiciera mejores personas. Más cultas. Más libres.
Yo sí tengo tele. Es una Sony Bravia, negra como el alma humana, que enciendo casi todos los días. Tengo la sensación, sin embargo, de que mi consumo audiovisual es más bien escaso. Eso pienso cada vez que me veo inmerso en una conversación sobre tal o cual serie, ¿en serio no la has visto?, ¡tienes que verla, es una pasada!
Lo más raro es que, a veces, quien dice esto no tiene televisión.
Movido por el desconcierto, decidí indagar un poco en esta tipología humana solo para descubrir que, tal y como sospechaba, algunos de ellos son grandes consumidores de productos televisivos. Los hay que siguen con verdadero fervor todo tipo de series extranjeras. Los hay que no se pierden un programa de divulgación científica. Hay frikis de los documentales, obsesos de los reportajes y hasta activistas del infotament. Todo a través de Internet.
La conclusión evidente es que, en realidad, esa gente no tiene nada en contra de la televisión como medio; su problema es con el electrodoméstico. Pero, en un análisis más profundo, uno se da cuenta de que no se trata solo de eso. Lo que les molesta, lo que realmente genera rechazo en ellos es el modelo de negocio. La mayoría de los Sin Tele adora los (buenos) contenidos televisivos, lo que no tolera es la rigidez horaria propia del medio ni los frecuentes cortes publicitarios, esos mismos cortes que hacen posible la industria televisiva.
Eso explicaría que no tengan tele, de acuerdo, pero no justifica el tono de superioridad moral con que lo declaran. Después de todo, también el microondas es muy cómodo y nadie se enorgullece de no tener horno. Sospecho, por tanto, que, además del rechazo a la imposición horaria y a la publicidad, en Los Sin Tele subyace una especie de objeción de conciencia basada en la mala fama del medio. Tengo la sensación de que, cuando una de estas personas oye la palabra “televisión”, lo que acude a su mente es una retahíla de sinvergüenzas amontonados en un encuadre de Telecinco. O un Urdaci borracho de dinero público deformando la realidad a petición de su amo. Piensan quizá en Bertín Osborne marcando huevada gringo-andaluza, o en la idiotez de laEsteban, ese omnipresente rostro de la decadencia cultural, o en Paz Padilla anunciando el cese del terrorismo etarra (sí, esto ocurrió en nuestro plano espacio-temporal). Todas esas imágenes yuxtapuestas, es cierto, le animan a uno a aprender inglés o alemán y sacarse un billete de ida. Pero son solo una parte de la realidad. La más grande, sí. Pero una parte.
Existe un curioso sesgo cognitivo por el cual, cuando uno escucha la palabra “televisión”, nunca piensa en Los Soprano o en Flying Circus o en Salvados o en El Orgullo del Tercer Mundo o en Érase una vez la vida o en Cosmos o enLa Noche Temática. ¡Eso son rarezas!, te dirán. ¿Pero acaso no es una rareza Ensayo sobre la ceguera? Nadie piensa en Frases de niños 2, de Pablo Motos, cuando escucha “literatura”, y también es un libro. ¿No es una rareza Una historia verdadera o Elephant o La pianista? La excelencia cultural siempre es excepción. También en la tele.
Quizá, en el futuro, ese electrodoméstico que preside casi todos los salones acabe desapareciendo. Quizá las grandes empresas mediáticas reinventen el negocio, y todos los contenidos que produzcan usen internet como pantalla principal, sin horarios y sin necesidad de ser financiados por esas molestas piezas de veinte segundos. Y quizá entonces esa palabra que tanta aversión genera en algunos quede desterrada al erial de los conceptos olvidados, con casete y rebobinar y periódico. Una cosa es segura: quedan décadas para eso.
Si, a pesar de todo, quieres prescindir de un electrodoméstico por motivos éticos, intelectuales o estéticos, mi consejo es que vendas el lavavajillas. No distorsiona la realidad, cierto, pero consume un montón de agua.


José Antonio Pérez

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