kATE BUSH

Kate Bush: clave de música y magia 



Imagen: EMI.



El regreso de Kate Bush a los escenarios ha sido uno de los acontecimientos de 2014. La artista no había actuado en directo desde 1979, y gracias a estos conciertos, por primera vez en la historia de la música pop, una cantante femenina ha visto ocho de sus discos en el Top 40.
Que Kate Bush no haya ofrecido una actuación hasta el presente es tan peculiar como el resto de su mundo artístico. Hay diversas explicaciones sobre esta decisión, por ejemplo, el shock que le produjo la muerte accidental de un técnico de luces durante su primera y única gira, un ambicioso espectáculo que tenía una planificación muy parecida a lo que se ha podido ver en los conciertos del año pasado.
Pero hay más rarezas. Con el estatus de estrella pop, su discografía es muy escasa. Apenas diez discos oficiales. Alguno se ha hecho esperar décadas y, de momento, es una de las pocas cantantes cuyas grabaciones siguen igual que cuando se editaron. No hemos tenido que asistir al desfile de cofres, remasterizaciones y versiones expandidas interminables. (Solo publicó una caja, This Woman´s Work, 1999, con caras B de singles y los seis primeros elepés).
Conocemos a los músicos excéntricos. Sin embargo, una cantante pop muy rara era asunto complicado en el panorama de los años setenta. Qué decir ahora, donde ya no se sabe si las mujeres que triunfan, quienes por otra parte son las que ocupan los números uno y las grandes ventas, son quizá hologramas u objetos prefabricados en una factoría de androides. Kate Bush era una debutante que componía sus temas, escribía las letras, tocaba varios instrumentos, bailaba de forma poco ortodoxa y añadía a su música, anclada entre el rockde los setenta pre y post punk, un corpus muy personal de elementos alejados de las tendencias de entonces. Reivindicaba la cultura victoriana (historias de apariciones y jardines encantados, la música de Gilbert & Sullivan…), el folk anglosajón (las canciones tradicionales y los grupos del revival de los setenta), el esoterismo (entre Gurdjieff y las brujas celtas), el mimo, el guiñol… Y un elemento inédito, la forma en que abordaba las relaciones sentimentales y sexuales, no como se acostumbra en el pop rock, marcado por los tópicos masculinos, sino de forma muy desinhibida, y a veces, explícita. Esto último le acarreó muchas críticas y la incomprensión de parte del público y de los medios, masculinos en la mayoría, que la han tratado hasta el día de hoy como una mera curiosidad, sin querer concederle el valor que merecen su talento y su trabajo («Esa chica hippie a la sombra de Peter Gabriel», es una de las definiciones que más se usa, y con más desprecio). Una razón más para que la mujer introvertida que es, sin muchas habilidades sociales, diese la espalda a los focos. Hace lustros que no concede entrevistas, lo que ha avivado leyendas de todos los colores. Por eso, los conciertos de este verano se esperaban con impaciencia de décadas, aparte del vil elemento de la nostalgia y la fiebre retro comercial.
Kate Bush ha creado un universo propio y un camino por el que transita gran parte de la música actual. Hay una legión de cantantes y músicos que han escuchado con adoración sus discos. Incluso, si no son fans, han estudiado al personaje y sus decisiones como artista autónomo, desde The Knife a Lykke Li, pasando porAmanda Palmer o Björk. Hasta la propia Lady Gaga, pero es difícil equiparar a alguno con su música, delicada y terrible, onírica y sensual. Su discografía es ejemplo contradictorio, como toda su personalidad, de la voluntad de conducir esta música desconcertante al público mayoritario. Las canciones son sinceras y profundas, pero al tiempo producto, juego y delicia pop que no quieren plegarse al estándar. Son el destilado de su música preferida (de los Beatles a Captain Beefheart, de Alan Stivell a Zappa, pasando por Bowie y Pink Floyd). Equilibrio difícil, que empieza en el rock progresivo y la psicodelia, aderezado en demasía por el pop dulzón, se interna en el postpunk y los sintetizadores, y lo culmina con la imaginación portentosa de sus letras y la búsqueda incansable de nuevos sonidos y efectos chocantes. Rareza. Belleza y humor, lo sublime y lo grotesco. Temas que empiezan de una forma pegadiza y de repente se adentran por un camino imprevisto, con arreglos sorprendentes. Por encima de todo, la voz de su intérprete, capaz de alcanzar octavas que pocas cantantes se atreven a acometer en el pop. No se encontrará en sus composiciones la huella del rock norteamericano, pero sí la de los clásicos de Hollywood. Hay elementos muy importantes del rock sinfónico, el glam… Kate tiene una gran deuda con el folk inglés, con sus raíces irlandesas y celtas. Pero también hay menciones a músicas en el margen: los ritmos africanos, brasileños, el reggae… hasta toques flamencos.
Pero lo principal está en el fondo: Kate Bush es una de las primeras artistas que ofrece música comercial sin filtro masculino. Es ella la que escribe y canta sobre sus obsesiones, en un mundo lleno de referencias que escapan al esquema tradicional. En él, ella se transforma, según su deseo, en un hombre, un bebé, un fantasma, un ser asexuado o un animal, adelantándose a otras propuestas poliformas más o menos chocantes. Con el uso del baile tan particular y las coreografías teatrales, se niega a ser encasillada como chica pop, y se siente libre para escribir a partir de películas, leyendas, historias fantásticas, transformándose en el personaje que canta en cada tema, como lo haría una actriz. Ya no es la eterna chica del cliché pop que ama y se deja amar, sino un sujeto activo que es capaz de parir hijos o matarlos, ser perversa o una mujer bondadosa, líder de una revolución o testigo del fin del mundo. Eso es lo que la convierte en una referencia constante para las artistas desde los años ochenta. Como las mujeres del punk, pero con su imagen tan peculiar, entre hada victoriana, como un personaje de Mary de Morgan, y estrella del vodevil británico, Kate Bush ha animado a varias generaciones a cantar y componer siguiendo sus propios instintos, rompiendo tabúes de la música popular respecto a la mujer.
Sin ningún miedo al ridículo, este talento precoz llegó al n.º 1 con su primer single en 1978. «Wuthering Heights», canción hipnótica, fue la primera de una larga lista, y un gran éxito en todo el mundo.



Cumbres borrascosas. La  trilogía del debut 
Había adoptado como nombre artístico Kate, pero aquí se transfiguraba en otra Cathy, que volvía de la tumba para golpear la ventana de su gran amor, Heathcliff. Con la ayuda de su profesor de mimo, Lindsay Kemp, Kate ponía en escena un baile que no tenía nada que ver con la coreografía pop. Era una danza ritual, como la cuarta vía o los giros derviches. Mucha gente se reía, (ya no digamos en España), no entendía las volteretas ni el falsete, pero no podían dejar de mirarla, aquella chica menuda de ojos inmensos que cantaba en el tono en el que ella había imaginado que tendría que sonar el grito de un espíritu. Kate no había leído a Emily Brönte cuando escribió la canción. Solo había visto el final de la adaptación para la tele, y quedó impresionada por el personaje femenino, tan fuerte, capaz de volver de la tumba y reclamar a su amante.
Una personalidad así no nace de la nada. La familia de Kate es crucial en su carrera. El típico grupo de bohemios de clase acomodada, apasionado por la era de acuario, vivía en una granja del s. XVII a las afueras de Londres, con bosque y terrenos donde cultivaban sus propias verduras. Los Bush apoyaron sin reservas a la pequeña en su deseo de hacerse artista, incluso cuando renunció a los estudios. Mientras que Kate aprendía a tocar el piano con la ayuda de su padre, sus hermanos, más mayores, tuvieron una gran influencia en su afición a la música tradicional. El mediano, Paddy, es lutier profesional, y tanto él como Jay, el mayor, participaron en la escena del revival folk en Londres. Los dos han tocado en los discos de su hermana, asesorando con mano de hierro, no solo en lo musical. Kate firmó en 1976 con EMI, después de escuchar las maquetas que le había pagado David Gilmour, quien apostó por la voz de la niña en 1973, a través de un amigo de Jay.
Para la grabación de The Kick Inside (1977), el famoso productor, Andrew Powell, reclutó músicos de los gruposPilot y Cockney Rebel. Así consiguió un resultado soft rock, pero ella no responde a este sonido, ni al estereotipo de cantautora. Kate Bush es como las artistas de su generación, masculina en su propuesta: con su voz aguda, punteada por el piano, expresa el despertar sexual femenino con todo su poder, dentro de corrientes místicas («Strange Phenomena», «Them Heavy People»), historias de forajidos («James and the Cold Gun»), la maternidad como grandeza («Room for the life») o instrumento de terror, como en el tema que le da título al elepé, «The Kick Inside», una murder ballad de incesto, embarazo y muerte. Kate realiza polémicas declaraciones de amor: por los hombres más mayores que ella («The Man With The Child In Their Eyes») o por el sexo a través de un rito indio y los objetos de lencería («L’amour looks something like you», «Feel It»).
El lado teatral se refuerza en el segundo disco, Lionheart (1978). Kate posa como en El mago de Oz, con un disfraz de león y el pelo frito. También de Andrew Powell, este elepé entra de lleno en el AOR. Las letras mantienen la tensión entre el mundo de fantasía («In Search of Peter Pan»), las influencias de la niñez («Symphony in Blue») y un toque de ópera brechtiana («Coffee Homeground»), pero con reflexiones mucho más negativas en torno al mundo del disco («Full House»). Los dos éxitos de este elepé son canciones mágicas. Elsingle «Wow» es un número dedicado al mundillo del espectáculo con un subtexto claramente sexual. En el segundo, «Hammer Horror», Kate relata la historia de un actor poseído por otro. Inspirado en «El hombre de las mil caras», donde James Cagney daba vida a Lon Chaney, tiene un famoso vídeo.

Muy influida por «The Wall» de Pink Floyd y por Peter Gabriel, a quien había hecho coros en su tercer elepé, Kate escribió Never for Ever (1980). En la portada, un dibujo de Kate, quien se levanta el vestido y debajo de este sale una cascada de animales fantásticos, algunos angelicales y otros monstruosos. Es el primer paso en la transformación de Kate Bush en una autora que va a controlar todo el proceso de elaboración de su música, sin necesidad de la ayuda de celebridades. Con un comienzo duro —docenas de tomas en el estudio de Abbey Road— es esencial el descubrimiento de los sintetizadores. De la mano de los componentes de aquel grupo,Landscape, expertos en programación (Richard Burgess y John Walters) con quienes produce, Kate Bush descubre las posibilidades de hacer música con máquinas. El primer single, «Breathing», es un tema sinfónico, sobre un feto en el vientre de su madre que se niega a nacer en un mundo devastado por la guerra nuclear. Sin embargo, el siguiente single, «Babooshka», la devuelve a los primeros puestos de las listas, canción pegadiza de traiciones y asesinatos, inspiración de la balada tradicional. Más popular si cabe gracias al vídeo, donde Bush aparecía bailando como guerrera divertida y extravagante en unas imágenes que deben parecer a estas alturas, efectivamente, de otro siglo.


Fue un hito: el primer número uno de una solista femenina. «Never for Ever» tiene más definición. Entre arreglos de sintetizadores y piano, se muestran, como siempre, elementos biográficos: su pasión por la historia del compositor Frederick «Delius», un recuerdo al técnico que murió en la gira mundial («Blow Away»). Son estupendas las dos canciones inspiradas por el cine: La novia vestía de negro de «The Wedding List», y «The Infant Kiss» (escrita tras ver Suspense de Jack Clayton. Kate, que no es una artista pedante en sus referencias, no conocía entonces el texto de Henry James). Entre una y otra, una canción sobre espíritus, «Violin». Cierra el disco «Army dreamers», otro gran éxito, vals sobre la guerra desde el punto de vista de la madre que pierde al soldado. Kate despliega sus dotes, no solo de cantante, sino de actriz: canta con acento irlandés para enfatizar el tema.


La reacción de los medios fue desmesurada. La prensa se cebó con la jovencita que respondía de forma ingenua sobre las experiencias paranormales, que reconocía que fumaba más de un paquete de cigarrillos al día y se alimentaba de café, al tiempo que defendía las recetas vegetarianas. Los papeles criticaban su origen de clase, y el hecho de no tener un bagaje más contestatario que otros músicos de éxito de su misma edad. En aquellos años de thatcherismo, las firmas de NME o Melody Maker incidían en que Bush era una cantante atontada con sus cosas de fantasía, sin contacto con la realidad, y se lo echaban en cara constantemente. Ella, en su bisoñez, contestaba que lo suyo era el arte, no la política. Pero el hecho diferencial era el género. Tenía un potencial enorme y no era (o no parecía ser) consciente de la carga sexual de su presencia y su música, que estaba en quienes la diseccionaban y la fotografiaban, empapelando la ciudad con pósters de Kate en leotardos y camiseta transparentes.
Esta presión publicitaria, además de la desgraciada experiencia de la gira, provocó que Kate Bush tomase una decisión radical. Salvo apariciones como invitada en conciertos de otros músicos o en alguna gala benéfica, no volvería a actuar hasta este verano pasado. Pero eso no influyó en su deseo de componer. Aunque algo debió resentirse, porque tras Never for Ever sufrió un bloqueo que tardó meses en superar.
The Dreaming
Kate barajó la posibilidad de realizar su siguiente disco con la ayuda de Tony Visconti, pero decidió que prefería las posibilidades que ofrecía la consola SSL 4000 B de los Estudios Townsend, un superordenador que podía hacer prácticamente de todo. Con este cacharro y la ayuda del ingeniero de sonido Nick Launay , un veinteañero que venía de producir Flowers of Romance a Public Image Ltd., ambos disfrutaron como críos, creando ruidos y efectos. Kate quería seguir repitiendo tomas y añadiendo colaboraciones inesperadas, como la del grupo de música irlandesa Plantxy, algunos miembros de The Chieftains, y la ayuda de Paul Hardiman, que había trabajado en discos de EL&P y de Wire, y que puso el broche final en esta grabación.
The Dreaming (1982) es un disco enrevesado y muy coyuntural (la obra de Byrne y EnoMy life in the bush of ghosts, está omnipresente). Surcado de efectos de Fairlight, duelo de instrumentos y máquinas, es un despliegue acrobático de voces y coros que frasean, gritan e impostan personajes. También aparecen ecos primitivos —muy de moda también—, como el sonido de instrumentos exóticos junto a los violines irlandeses. Pero por debajo de este castillo de artificio hay diez canciones redondas, más sombrías y dramáticas que lo que habíamos escuchado antes en ella. Kate suma su experiencia como autora a sus progresos en la programación, y el resultado es brillante, ecos de la tradición con arreglos futuristas, resumidos en dos historias: la que titula del disco, un recuerdo a los ritmos aborígenes de un viaje infantil a Australia, y la otra, la vida del escapistaHoudini y su relación con el espiritismo, una pieza que, como toda su música, da sonido a una pequeña película en movimiento, y la lleva a la portada. Kate se fotografía abrazada al mago, y enseña en la lengua la llave con la que Houdini abría las cadenas, tras recibir el beso de su mujer.

El deseo de alcanzar la felicidad y, a cambio, verse atrapada en un laberinto sin salida, se repite en el baile indio de «Suspended in Gaffa», en los ritmos exóticos de «Leave it Open» y en la plegaria del soldado vietnamita de «Pull Out The Pin». La fantasía se descontrola en «All the love» (una conmovedora canción de despedida, salpicada con mensajes de contestador) y «Night of the Swallow» (esta incursión en la música irlandesa se adelanta a los Waterboys varios años). «Get Out Of My House» es un tributo a El resplandor desde una pesadilla ochentera, convertido el cuerpo de Kate en una casa poseída por los demonios, que cierra el disco con un coro de chimpancés.
Esas voces de monos que imitaba Kate fueron el colmo para la discográfica. Tras dos años y una fortuna invertida, no tenían un mal single para lanzar, sino un trabajo conceptual que no podía competir con los éxitos saltarines y frívolos. The Dreaming se encuentra en ese grupo de música que en el año 82 estaba más interesada en la experimentación, como los discos de The Cure o Siouxsie and The Banshees. Es curioso que Peter Gabriel, cuya carrera entonces iba por un camino muy similar, fuese honrado (lo sigue siendo todavía) como un supergurú de la mezcla de world music y tecnología, mientras que a Kate Bush se la considerase una especie de histérica. The Dreaming es una obra maestra, por las canciones, la ambientación y el empeño de su autora. Un disco que siempre se queda fuera de las listas que los archiveros del rock hacen de los mejores discos de los años ochenta.
Serían necesarios más de dos años para volver a saber de Kate Bush. Arrasada física y psíquicamente por The Dreaming, nadie imaginaba lo que estaba por venir.

Imagen: EMI.

The hounds of love
Cada músico llegaba y tocaba su parte por separado, lo que aportaba una atmósfera casi futurista. Por entonces era bastante raro, solo Kraftwerk y Can estaban haciendo cosas más lineales. Ella es una visionaria y tiene una idea muy clara de cómo quiere dirigir el asunto en todo momento… (El elepé) es casi druídico. Tiene una cualidad mística, de juglar, parte de nuestra tradición británica antigua. Fue un gran honor trabajar con ella. (Youth, sobre Hounds of Love [Graeme Thompson, Under the Ivy, Omnibus Press, 2012, págs. 212-213]).
Kate abandonó la ciudad. Compró una casa cerca de la granja de sus padres y allí construyó su propio estudio de grabación. La perspectiva de tocar en un lugar con grandes ventanas, sin luz artificial, fue decisivo en el cambio de actitud. Después de la angustia en The Dreaming, agravada por el encierro en el estudio y la lejanía de su familia, llegarían canciones más abiertas, en las que los elementos de la naturaleza romántica serán los protagonistas, pero siempre con las mismas obsesiones oscuras. En The Dreaming, los sentimientos negativos dominaban en la música, aunque estaban atravesados por el amor y el anhelo de sabiduría de las historias. En este quinto disco es al revés: la música es exuberante, positiva, pero la pulsión de muerte, lo desconocido, corre bajo las canciones. Kate escribe en primer lugar «A Deal With God», una canción firme sobre el eterno problema de los roles femeninos y masculinos, de hacer un trato con la divinidad para cambiarse el género y así poder entender al otro. El título fue sustituido por la discográfica para no herir susceptibilidades religiosas en países como el nuestro, donde no se puede utilizar el nombre de dios en vano. «Running Up That Hill» se convirtió en el número 1 que EMI esperaba.


Imagen: EMI.


Este disco ensambla música y letras de manera armoniosa y muy digerible, en un estilo que utiliza tecnología punta al tiempo que envía mensajes sobre las relaciones humanas. Kate cuida hasta la exageración cada sonido, con el deseo de plasmar sus ideas de forma perfecta. Ella corta y pega con su Fairlight y las cajas de ritmos las colaboraciones de los músicos como una alquimista —aquí sí vale el tópico, nunca mejor que en este caso—, porque utiliza instrumentos clásicos del pop rock y los hace sonar como antiguos. A los antiguos, violines, flautas, tambores, etc., los hace pasar por máquinas. Y la máquina es el lienzo donde se desarrollan las dos caras de Hounds of Love. La cara A son cinco singles, canciones pop perfectas con imágenes de terror, devoción amorosa, ecos familiares…
Hounds of Love (Kate posa en la portada con sus dos perros, Bonnie y Clyde) se abre con el sampler de una de las películas preferidas de Kate, La noche del demonio (J. Tourner), esa idea recurrente en ella del amor como un perro de presa que persigue implacable al que lo disfruta o lo sufre. La ambivalencia ante un sentimiento que no queda claro si mueve a la felicidad o a todo lo contrario. «The Big Sky» es un himno al paraíso, que en la letra nos dice que «se parece a Irlanda», y adonde subirán todos los incomprendidos. La emocionante «Cloudbusting» está inspirada en el libro de Peter ReichA Book of Dreams, una lectura de adolescencia de Kate sobre el psicólogo Wilhelm Reich, inventor de la máquina para modificar el clima, que murió de forma trágica en una cárcel en Estados Unidos. El célebre vídeo, dirigido por Julian Doyle, editor de La vida de Brian, es uno de los mejores de su época, con Donald Sutherland en el papel de Reich. Kate subraya el amor de este hombre por su padre, igual que demuestra su devoción por la figura materna, en «Mother Stands For Comfort», la que es capaz de perdonar y proteger a sus hijos de cualquier cosa, hasta la más horrible.

La cara B es una obra conceptual que se titula «La Novena Ola». Kate posa en la foto del interior como una Ofelia de los ochenta y relata la historia de una mujer abandonada de noche en el mar, que sueña dentro de otros sueños, con su propia muerte («And Dream of Sheep», «Under Ice»), con sus antepasadas, las hechiceras («Waking The Witch»), con su vida pasada y futura («Watching You Without You», «Jig of Life»), hasta que consigue llegar a tierra («Hello Earth», «The Morning Fog»). En este lado del disco se desata la orquestación, los instrumentos de percusión, los efectos de sonido… Todo es desmesurado, dramático.
El éxito fue enorme. En los días de sintetizador y hombreras, este disco es el Sgt. Peppers particular de Kate Bush. Ventas millonarias aparte, los críticos alabaron el derroche de talento, excepto algunos que no perdonaban a Kate su excentricidad, que no tocase en directo y que apabullase de esa manera. En Estados Unidos fue un fenómeno capaz de desbancar de las listas a la Madonna debutante, cuyo soniquete y mensajes de soft porn abrieron el canal para la serie de artistas que se venden ahora. Mucha gente seguía empeñada en juzgar a Bush por su aspecto físico, el erotismo y todo aquello con lo que se supone se puede criticar a una artista femenina por el mero hecho de serlo. Kate ya había escarmentado de aquellas primeras entrevistas en las que se mostró tan entusiasta, y contestaba con frialdad a las exhibiciones de condescendencia de los presentadores de televisión y los críticos musicales. Su trato con la EMI, donde desde luego le habían dado una libertad increíble, había sido cumplido: ella les había ofrecido un gran resultado y ahora se retiraba. Hounds of Love no es una despedida, pero no volvería a realizar un disco semejante. Al menos, hasta 2005.
Sí, fue cuando se lanzó el dúo con Peter Gabriel, «Don´t Give Up», otro superventas y rumores de romance con Kate, pero que a juzgar por los comentarios de Sinead O´Connor, que sí fue pareja de Gabriel, nunca se produjo. Kate estaba con Del Palmer, bajista de su grupo desde el 78, y permanecerían juntos hasta entrados los noventa. Más interesante fue el single «Experiment IV», canción pop que venía con un vídeo muy divertido. Esta canción era el adelanto de la última concesión a EMI, una recopilación de sus singles, «The Whole Story», donde hay una versión nueva de «Wuthering Heights».

Molly Bloom en el Mundo Real
Paddy Bush introdujo a su hermana en una música que se puso muy de moda a finales de los años ochenta, gracias a la reedición de la recopilación suiza El misterio de las voces búlgaras. Esta forma de cantar impresionó sobremanera a Kate, quien quiso que alguna de estas extraordinarias mujeres participara en su nuevo disco. Tras muchas negociaciones, Kate viajó a Sofía, conoció al Trío Bulgarka y volvió con ellas en una peripecia de telón de acero hasta Londres para grabar varias canciones.
El proceso de The Sensual Work (1989) fue muy arduo. La tecnología se volvió demasiado barroca, no llegaba la inspiración, y para colmo, los problemas se sucedían uno tras otro. Tras completar la delicada «This Woman´s Work» para la banda sonora de la película de John HughesLa loca aventura del matrimonio, Kate adaptó en una pieza de piano varios fragmentos del soliloquio final de Molly en el Ulises. La canción, «The Sensual World», había quedado redonda, cuando fue avisada de que el nieto de Joyce, heredero de los derechos, se negaba a dar el permiso. Kate tuvo que reescribir el texto. La afirmación sexual de Molly se convierte en una celebración de la Kate más consciente de su género, tal como aparece en la foto de la portada. Este «Sensual World» conserva ese «Yessss» del original, más otras frases tomadas de diferentes autores, como poemas deBlake.
Estas canciones están más adornadas que nunca de sonidos irlandeses, conectadas con las tradiciones europeas. Así son «Love and Anger» y «The Fog». Las historias extrañas también están presentes: «Heads We´re Dancing», sobre conocer en una fiesta a una persona encantadora que resulta ser el mismo Hitler, o «Rocket´s Trail», un cuento surrealista con transformación de uno de los personajes en cohete, con solos de guitarra de Gilmour y las voces del Trío Bulgarka. Kate se adelanta a las relaciones virtuales en «Deeper Understanding», una historia de amor entre un hombre y su ordenador. Para los fans fue un buen disco. Como siempre, Kate seguía siendo una anomalía, incluso cuando empezaban los noventa y las cantantes solistas ya eran muchas y las había muy raras, y cantautoras, desde Björk a Suzanne Vega.
Las zapatillas rojas
Kate Bush entró en la treintena y por primera vez, la hipersensible cantante se enfrentó a varias muertes seguidas de familiares y amigos. Primero fueron algunos de sus músicos y después, su madre. También rompió con su pareja, Del Palmer, y comenzó una nueva relación con otro de los músicos de sus comienzos, Danny McIntosh, guitarrista del grupo de hard rock Bandit. La idea inicial, del 90, de grabar por fin un disco que se pudiese llevar a los escenarios, se fue desechando a medida que Kate escribía nuevas canciones. The Red Shoes (1994), inspirado en la célebre película de Powell-Pressburguer, es igual de recargado, pero está realizado sin el entusiasmo de los anteriores, metiendo aires rock que no vienen a cuento, y el compromiso con una serie de invitados que tampoco aportaron nada, caso del artista conocido como Prince. De entre las canciones me quedo con «Moments of Pleasure», un melodramático y maravilloso discurso de despedida hacia sus seres queridos.
Para terminar este periodo, Bush escribió y dirigió The Line, The Cross and The Curve, mediometraje que incluía seis canciones del disco, integradas en una historia con la leyenda de las zapatillas rojas y un rosario de elementos simbólicos. En él ella interpretaba y bailaba, acompañada por la actriz Miranda Richardson,Lindsay Kemp y sus músicos. La película es un exceso, incluso para ella, pero insisto, la pieza donde interpreta «Moments of Pleasure» es sublime.

Versiones e iniciativas raras
La caja This Woman´s Work, un recopilatorio carísimo y difícil de encontrar, tiene entre otros atractivos el haber recopilado las caras B de los singles en dos CD, donde aparecen también rarezas, una serie de versiones del folclore británico, y otras de éxitos pop, como las reinterpretaciones de «Rocket Man» y «The Man I Love», para sendos tributos. Lo que pocos conocen son sus composiciones para publicidad; en concreto, la campaña de 1994 para Fruitopia, en la que grabó varias melodías instrumentales. Disney la tentó con una canción para la peli Dinosario, pero ella lo rechazó. Nicholas Roeg la ofreció un papel protagonista en Náufrago, pero la idea de compartir el set con Oliver Reed la echó para atrás y solo contribuyó con una canción.
Volando sin red. Aerial
En los catorce años que pasaron entre Las zapatillas rojas y su nuevo disco, muchos creímos que Kate Bush se había retirado de la música. Pese a todos los rumores que hablaban de ella como una ermitaña, aislada como Drácula en su castillo, —ni las rarezas de explotaciones como Tori Amos superaban a la original—, Kate seguía participando en actos de caridad, asistiendo a estrenos de musicales. Incluso concedió algunas entrevistas. La prensa y ella seguían sin entenderse: solo quería hablar de música, y esto naturalmente no gustaba, no comprendían (comprendíamos) cómo una mujer tan bajita, con aspecto de elfo, siguiera empeñada en querer controlarlo todo, y no hacer la más mínima concesión a la galería. En 1998 y con treinta y nueve años tuvo a su hijo, hecho que la prensa descubrió por un comentario de Peter Gabriel dos años después, lo que se tradujo en otro aluvión de portadas sobre conspiraciones (decían que se había cambiado el nombre a «Catherine Earnshaw», que en su partida de nacimiento figuraba como sexo masculino…).
Aerial llegó en el mundo dominado por Internet, con una generación que apenas sabía quién era Kate Bush y donde la música había sido transformada en producto de adorno u objeto de biblioteca. El disco fue una sorpresa. Doble CD, se repetía el esquema de Hounds of Love: el primero, titulado A Sea of Honey, era una colección de canciones rock; el segundo, una obra conceptual. Ahora, con las posibilidades tecnológicas, los fans esperábamos una epifanía, pero Kate no nos mandaba olas sobrenaturales. Como siempre, los arreglos estaban cuidados hasta la compulsión, pero el sonido no era una sinfonía ultrasofisticada. En realidad, se parece mucho al de sus discos anteriores, con lo que suena más extraño, como suspendido en el tiempo. Tampoco hay revelaciones místicas, solo son canciones de una mujer entregada a su quehacer diario, enamorada de su hijo («Bertie»), pero Kate convierte esos momentos cotidianos en actos de magia y humor: con el piano y el apoyo de un grupo de rock dirigido por Del Palmer, muchas guitarras en cada canción de Dan McInstosh, expresa el amor por su familia («A Coral Room»), hace cábalas con los números («Pi»), se alegra de su anonimato («How to be invisible») y es capaz de encontrar atractivo erótico en poner una lavadora con la ropa de ella y de su marido, en uno de los mejores temas, «Mrs Bartolozzi». La única canción que no parece casar con el resto es el homenaje a Elvis, «King of The Mountain», en la que incluso oficia de impersonator, con si se reflejara ella misma, con sus kilos de más y sus manías:

En el segundo CD, A(n Endless) Sky of Honey, Kate desarrolla la alegría de vivir en canciones íntimas, himnos sobre la naturaleza, el paso del tiempo en un día de verano, una demostración inesperada de pop optimista, con risas, sonidos de pájaros, ritmos de flamenco, melodías folk y coros medievales. La escucha solo es aconsejada para oídos sin complejos, porque cualquiera afirmaría que se desliza peligrosamente hacia el chill out.
Aerial fue recibido conforme a la fenomenología actual. El público sabía que aquello tenía que ser un producto muy bueno, aunque no se entendiese nada, y hasta obtuvo un disco de platino en el mercado anglosajón. Después pasó al olvido. Kate, tras una pequeña promoción, participó con una canción que cerraba la banda sonora de La brújula dorada, («Lyra»).
Círculo de nieve
Los nuevos discos de Kate llegarían en el mismo año, tras otro largo y secreto periodo de grabaciones, esta vez avivado por miles de trinos, pero no precisamente de música. Rompió su relación con EMI, antes de que esta fuese engullida por Universal, porque allí no quedaba nadie de la gente que conocía y decidió editar sus canciones en un sello propio, Fish Music. En 2011 publicó Director´s Cut, caja con dos elepés y dos CD, una curiosa selección de temas de los discos antiguos. No son los grandes éxitos, sino una lista extraída de sus obras menos conseguidas, The Sensual World y The Red Shoes. Kate los reinterpreta en formas nuevas, los retuerce con distintos arreglos e instrumentos, y a todos les da un efecto inesperado. Por ejemplo, congela las emotivas «This Woman´s Work» y «Moments of Pleasure», o vuelve feroces las baladas «Lily» o «Never be Mine», acompañada por el cantante Mica Paris o el célebre percusionista Steve Gadd. La sorpresa final es que la obra de Joyce quedaba libre de copyright y se podía editar la adaptación del texto de Ulises tal y como lo había escrito en 1989. Así lo escuchamos, con título nuevo, «Flower of the Mountain».




Ese mismo año, con unos meses de diferencia y por primera vez en el plazo marcado por su autora, sale lo último, 50 Words For Snow. Por supuesto, es otra gran rareza. Una oda al invierno, todos los temas evocando paisajes fantásticos cubiertos por la nieve, atravesados de sonidos largos, solemnes y muy lejos de la música pop. Kate se centra en el piano y la voz, y adorna estas historias con el trabajo de su grupo habitual (en realidad, su familia, McInstosh, Palmer y su propio hijo), más Steve Gadd y una lista de relumbrón. Kate incluye el elemento gótico, como en la maravillosa «Lake Tahoe» (el fantasma de la mujer que ha caído al lago, y su perro, que la espera), o el recuerdo de su padre fallecido en 2008 («Among Angels»).



La nieve remite a ese manto frágil que cubre lo desconocido, los mitos, y los preserva como un tesoro, lejos de la vulgarización y las pisadas, aunque sea por poco tiempo. Hay espacio para las ideas made in Bush: la fallida «Misty» cuenta la historia de amor con un muñeco de nieve, que en pocas horas será una mancha de agua sucia en la cama; «Wild Man», la única canción más o menos accesible, dedicada al abominable hombre de las nieves. «Snowed at Wheeler Street», donde canta con Elton John, remite a la reencarnación de dos amantes a lo largo de la historia. Más afortunado es el tema que le da título, extraña mezcla de techno y pop tropical a loGainsbourg, donde Stephen Fry va recitando unas curiosísimas palabras inventadas por Kate para definir la nieve.
50 Words for Snow cumple un ciclo en el que Kate Bush se libera de ideas preconcebidas. Ahora puede internarse donde ella quiera, escribir historias sorprendentes mezclando humor y gusto por lo fantástico, sin más trabas que su portentoso talento. En un mundo artificioso dominado por la imagen, donde la música ha perdido su valor y las mujeres tienen que estar constantemente luchando para demostrar algo —véase el caso del último disco de Björk, ninguneada como productora— ella es una excepción, obstinada en defender su independencia al tiempo que su invisibilidad. Eso resulta incomprensible, dado que hasta los individuos anónimos nos creemos personalidades gracias a Internet, casi no se perdona que una vida como la de Kate Bush, artista mundialmente conocida, sea tal cual. A mí, además de ser fan desde niña, esto me parece un ejemplo, brillante en su oscuridad.




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